Testimonio presencial de D. Miguel Martínez del Cerro

Miguel Martínez del Cerro y Gómez fue un Catedrático de Literatura, escritor y poeta, nacido en Cádiz el 21 de febrero de 1912 y muere en la misma ciudad el 11 de junio de 1971)

Voy a relatarle a ustedes la estupenda historia de varios días que he pasado en San Sebastián de Garabandal. Una historia que en todo parece un viejo romance castellano. Un milagro de Berceo o Alonso el Sabio ocurrido en el siglo XX. Pero en la que, a pesar del asombroso y sencillo tono de romance con que a mi vista se ha presentado, la rigurosidad histórica es absoluta.
Empiezo con miedo. Porque es historia tan encantadora, y tiene tan inefable sabor de cosa divina, que no sé si seré capaz de contarla con todo su encanto. No sé si sabré darle la vida con que en mi interior la estoy viviendo, Sería lamentable que, por falta de maestría en mi pincel, lo que en sí es de inconmensurable belleza, quedara empalidecido y pobre.
Y como es materia en la que aun la Iglesia, nuestra madre, no ha dado fallo ni opinión de ningún tipo, quiero advertir, por delante, que todas las afirmaciones que yo en este relato os pueda hacer quedan, desde hoy, sometidas al fallo de la Iglesia. Que creo más en la opinión de la Iglesia que en lo que se me pueda aparecer como más evidente. Y que, por tanto, si en algo o en todo fallare contra lo que yo pueda haber visto y oído, mi opinión será la de la Iglesia (a la que me someto de lleno) y no la aportada por mis sentidos.
Y voy a comenzar por contarles a ustedes los antecedentes de la historia.

Tuve noticias de la existencia de fenómenos extraños en San Sebastián de Garabandal, como casi todos los españoles, por la prensa en el mes de julio de 1.961. Era un relato bonito y recordaba al comienzo de los acontecimientos de Lourdes y de Fátima. Y por un momento me sentí inclinado a hacer una visita a aquel lugar, montañoso y aldeano, donde comenzaban a resonar las primeras notas de una graciosa canción con tonalidades de villancico o de romance. Pero obligaciones de tipo profesional me apartaron de aquel pensamiento. Y el volante de mi automóvil, impelido por aquellas obligaciones, me condujo por otros rumbos.
Sin embargo aquellos hechos de San Sebastián do Garabandal, poco después del regreso de mi viaje, habrían de impresionar de nuevo mi imaginación. Un íntimo amigo mío me sorprendería con las fotos de unas niñas videntes y unos relatos desconcertantes y extraordinarios, Y aquellas fotos (el testimonio más directo que de los acontecimientos podía aparecer ante mi mirada) tenían una extraña gracia o unción celestial, Esa gracia inconfundible de romance evangélico y divino que aparece siempre, invariablemente, en todo lo que tiene relación con estos acontecimientos. Ya estaba, a través de ellas, en presencia de aquellas cuatro niñas (Conchita, María Dolores, Jacinta y María Cruz) las tres primeras entonces de doce años y la última de once, a las que se les aparecían el arcángel San Miguel y la Virgen María, Madre de Dios, con un vestido blanco, ornado con flores blancas, y cubierta con un manto azulina.
Aquello era otro estímulo de atracción. Pero nuevamente mis deberes profesionales me retendrían. Aunque esta vez, si yo no pude ir, mi corazón se fue. Porque mi mujer y mi hija, de modo imprevisto y sin preparativos de ningún tipo, emprendieron el viaje. Y, después de atravesar España y escalar a pie el abrupto camino que sube desde Cosío a San Sebastián, entre grandes aguaceros a partir de las diez de la noche, llegaron a la aldea a las tres de la madrugada. Era la noche del día 14 al 15 de Octubre. Y por tanto cuatro días antes de que se leyera el primer mensaje de la Virgen.
Los informes que de mi mujer y mi hija recibí fueron sorprendentes. Allí ocurrían hechos que indudablemente se salían de la explicación natural. Unas niñas movidas por seres superiores, que decían ser el arcángel San Miguel y la Virgen María, se quedaban extáticas, se embellecían, aumentaban desmesuradamente de peso, se movían con una desconcertante agilidad y en posturas inverosímiles y bellísimas, descubrían a las personas, y sus pensamientos y su conducta, daban a besar crucifijos (siempre movidas por aquellos seres superiores) sin ver a quienes se los daban, sus brazos y manos (en estado extático) no podían ser movidos por los demás (sí por ellas) y transmitían un mensaje de la Virgen para la Humanidad.
Todo aquello era indudablemente desconcertante. ¿Sería de carácter sobrenatural? ¿No lo sería? Los hechos acabarían hablando.
A partir de esta fecha los informes sobre los acontecimientos de San Sebastián se sucedían en mi casa. Aquel íntimo amigo que me proporcionó las primeras fotos, y miembro de la colonia montañesa de Cádiz, nacidos en aquella aldea y familiares de las videntes, día a día nos daban cuenta detallada de cada acontecimiento.

Pero sobre todo el gran informe me llegó por la presencia en Cádiz de un sacerdote, perteneciente a una ínclita orden religiosa, que conocía los hechos en su más entrañable intimidad. Vino a mi casa. Me aportó una enorme cantidad de datos objetivos sobre diversos prodigios; aquellas niñas videntes, aldeanas sencillas, en visión, habían hablado diversas lenguas. Habían improvisado canciones. En una medalla había aparecido el letrero: Milagro de la Virgen. Me contó alguna curación repentina, total y tremenda: la de un accidentado en la base del cráneo. Pero sobre todo me habló del proceso interior suyo. Proceso que, ante mi atónita mirada, aparecería en toda su sublime grandeza sobrenatural. Me contó cosas como éstas: Días antes del mensaje del 18 de Octubre había sufrido un grave accidente de automóvil. Y en él varias lesiones en una pierna: la principal el rompimiento de un tobillo diagnosticado por varios médicos. En el automóvil, con él, iba un protestante. Los dos fueron llevados a San Sebastián de Garabandal y hospitalizados en una casa. El protestante quedó en una cama al lado de la suya. Allí los dolores que sufría el padre eran indecibles. Llegaba, con ellos, el desmayo. El color del rostro se le puso como de tierra o ceniza, signo de fractura. Y he aquí que, a las tres de la madrugada, cuando se encontraba en esta lamentable situación, aparece, en estado de éxtasis en su habitación una de las niñas videntes: Jacinta. La cual con graciosas frases de carácter popular (mirando a la Visión) pedía a la Virgen que lo curara: El padre está muy malito. Cúralo pronto, ¡pronto!. Y al oír el padre estas frases sintió la desaparición de los dolores y una absoluta placidez. Entonces el padre pidió mentalmente a la Virgen que la niña, que ya se retiraba, diera a besar el crucifijo al protestante. Y así sucedió en el momento. Al día siguiente el padre diría, en la parroquia, misa a las ocho y, después, recorrería rápido las calles y cuestas del pueblo sin el menor síntoma de fractura.
Pocos días después fue el 18 de Octubre; día de la lectura del primer mensaje. En el pueblo (los habitantes de San Sebastián de Garabandal y varios miles de personas que a la aldea vinieron) esperaban, sin fundamento, fenómenos sobrenaturales del tipo de los del gran milagro de Fátima. Y aun cuando las videntes entraron en éxtasis, después de la lectura del mensaje, e hicieron los prodigios en estos casos habituales, los fenómenos que el pueblo esperaba no se dieron. Con este motivo hubo desilusión por parte de muchos. Y esta desilusión influyó tan grandemente en el ánimo del sacerdote que habló conmigo que (a pesar de la extraordinaria curación que había recibido muy pocos días antes) comenzó a dudar de todo. ¿Se trataría (pensaba) de una alucinación? Sus pensamientos de duda se sucedían uno tras otro. Pero he aquí que, terminados los grandes éxtasis de aquella noche, una de las videntes, María Dolores, envió recado a otros dos señores y a él para que fueran adonde ella se encontraba, advirtiendo que tenía que reñir a uno de los tres. Cuando llegaron llamó al sacerdote y, llevándolo a una habitación aparte, lo dijo: -Siéntese. He llamado a tres señores para que no se sepa a cuál de los tres es a quien tengo que reñir. Pero debo decirle que me ha dicho la Virgen que hay una persona muy afecta a nosotras que ha estado toda la tarde dudando. Y yo no quiero decirle nada mientras esa persona no me diga a mí que ha sido ella, pues pudiera ocurrir que esa persona no quisiera que se supiera.
Pues esa persona (contesto el padre) he sido yo.
Lo sabía por la Virgen -dijo la niña-. Y de parte de la Virgen, le digo que no vuelva a dudar más, que un día tendrá pruebas absolutas de todo.
Y, cuando así hablaba, llega un aviso de otra de las videntes: Conchita.
Que venga el padre a verme.
Acudió el padre y Conchita le dijo: -Padre, me ha dicho la Virgen que cuando iba Vd. debajo de tal pino pensaba esto. Cuando pasaba por el cuadro pensaba aquello. Delante de tal casa pensaba tal otra cosa.-
Y así le fue localizando geográficamente cada una de sus dudas y pensamientos de aquella noche. Y después le señaló las causas de donde, según la Virgen, se habían ocasionado aquellos pensamientos.-
Al oír todo esto comentó el padre; -Me alegro de haber dudado porque , gracias a ello, he obtenido ya una prueba palpable de la verdad de todo.-
A los pocos días estaba el padre en Loyola. Daba ejercicios espirituales al protestante amigo para procurar su conversión. El protestante no acababa de sentirse movido a ello. EI padre, entonces, escribió a la vidente María Dolores para que pidiera a la Virgen una gracia especialísima para aquel caso. A poco llegó contestación de María Dolores: – La Virgen me ha dicho que lo que Vd. pida está concedido.
No lo veo -pensó el padre-. Esto señor sigue protestante.
Pero he aquí que al día siguiente aquel señor apareció llorando y pidiendo urgentísimamente el bautismo.
Otro día da el padre ejercicios espirituales a las antiguas alumnas de un colegio, en una pequeña capital castellana. Y le ocurre un extraño fenómeno: no puede dirigir las meditaciones. No lo brotan las ideas ni las palabras, tenía que limitarse a decir: -Mediten ustedes a solas en tal aspecto de la muerte, el juicio, etc. Y llevaba así dos días cuando de pronto surge algo imprevisto. Sin que se explicara el motivo, las ejercitantes vienen a buscarle con grandes llantos, conversiones, reformas de vida y propósitos. Y le decían; -Porque como Vd. dijo anoche aquella cosa que me impresiono tanto. Y el padre decía: ¡Pero si yo no he dicho nada! -Era algo que no le había ocurrido jamás en ninguno de los ejercicios que había dirigido. Hasta que le llegó una carta que todo se lo explicó. Era de la niña vidente María Dolores. Y le decía: -La Virgen me ha dicho que habrá Vd. visto que tiene Ella – una protección especialísima en los ejercicios espirituales que está Vd. dirigiendo.-
E igualmente, podría contar a ustedes otros muchos casos notabilísimos que me contó él.

Pero no es éste hoy mi propósito. Mi deseo es relatarles el suceso por mi vivido en San Sebastián de Garabandal desde el día 13 de julio de 1962 hasta la noche del 18 al 19 del mismo mes y año: seis días por tanto. Y por ello he tenido necesidad de darles cuenta de algo de mi información anterior para que se hagan cargo del estado de ánimo con que allí me dirigí, que también forma parte del romance.
Porque comprenderán ustedes que, después de esta información, no fue cosa extraña que, en mis primeras vacaciones, tomara, con mi familia, el camino de Santander para trasladarme a San Sebastián de Garabandal.
Y aquí es donde comienza propiamente el romance que les voy a relatar. Lo que hasta ahora les he contado no son más que sus antecedentes.
El romance creo que empieza propiamente en Santander. Allí, en un ambiente apto para la suspensión del ánimo, en el que, frente al entusiasmo del peregrino, aparecerían, de un lado, algunos entusiastas, fervientes y enterados de lo que ocurría. La mayor parte dominados por la ironía, el sarcasmo burlón y la absoluta ignorancia.-
Pero donde se abrió, se planteó del todo el tema del romance fue en una tienda de Pesués -pueblecito próximo ya a San Sebastián de Garabandal-. Allí la tendera preguntó con entusiasmo: -¿Van ustedes a San Sebastián de Garabandal? ¿Y no saben lo que ocurre ahora? ¿No saben que una de las videntes asegura que para el día 18 de Julio tomará la comunión de manos de un ángel y se le vera la Sagrada Forma mientras la toma?.-
Y casi simultáneamente un hombre «enterado» comentaba: -¿Van ustedes a San Sebastián de Garabandal? Pues van a perder el tiempo. Yo era antes un entusiasta de lo que allí ocurría, Pero he hablado con una grande autoridad que primero defendió los hechos. Y sé por ella que no hay en ellos nada sobrenatural.-
Con este conversación quedaron pues planteados dos temas. El primero, el de siempre: si aquellos hechos eran o no sobrenaturales. Y, el segundo, el señalado por la mujer, centro del romance: -El día 18 de Julio un ángel daría la comunión a una niña y se vería la Sagrada Forma.-
Llegábamos, pues, a San Sebastián de Garabandal en un momento solemne: seis días antes de aquel en que una vidente anunciaba que ocurriría un milagro visible.
He de advertir que en éxtasis las niñas habían creído recibir en múltiples ocasiones la comunión de manos del Arcángel San Miguel„ Pero aunque se les veía abrir la boca y tragar la Forma, el hecho no podía probarse porque los únicos datos que de él se tenían eran los movimientos de las videntes y sus declaraciones.
Llegábamos, pues, en circunstancias extraordinaria. ¿Qué pasaría? Y al hacerme esta pregunta sentía cierto temor de haberme presentado en aquella ocasión en San Sebastián de Garabandal.
Y aun me fue aumentando más este temor cuando me vi en el pueblo por las circunstancias que contaré.
Pero quiero dedicar antes unas palabras a la descripción del paisaje y del pueblo. Ellos forman parte substancial del carácter evangélico del romance.
Para llegar hasta el pueblo hay que discurrir primero por un estrecho valle de las Montañas Cantábricas. El valle es profundo, de extraordinaria majestad y gracia pintoresca. Por él se llega desde Pesués hasta Cosío. Cosío es un pueblo pequeño y señorial, sede antigua de la familia que lleva su nombre, con grandes y vetustos palacios de piedra, balaustradas de madera y escudos. De allí se sube a San Sebastián de Garabandal. Y la cuesta de subida, de seis a siete kilómetros, es lo más difícil y escarpado que permite la imaginación. San Sebastián de Garabandal está en una estribación de la Peña Sagra. Y he de advertir que la palabra Sagra, según los naturales, significa Sagrada, precisamente por antiguos prodigios que en ella hizo la Virgen.-
Quiero, con motivo de la subida, relatar una anécdota que me contaron. Llegó en una ocasión una ilustre dignidad de la Iglesia a un puesto de gasolina en donde oyó que se estaba discutiendo sobre los hechos de San Sebastián de Garabandal. Y, al oír aquello, se lo ocurrió intervenir con la siguiente pregunta; -¿Y por qué la Virgen se aparece allí y no en un lugar como éste, donde todos podrían venir a verla?
A lo que el capador de Pesués, que no sabía con quien hablaba contestó: Porque los caminos del Señor son estrechos, largos y empinados.
¡Y cómo he recordado esa frase tanto en la subida al pueblo como en la pedregosísima que desde el pueblo sube a los Pinos -lugar donde han ocurrido multitud de visiones y prodigios- y como en todas las circunstancias con que estos acontecimientos se están manifestando! «Los caminos del Señor son estrechos, largos y empinados.
Pues bien, tras un estrecho, largo y empinadísimo camino llegamos a San Sebastián. ¿Y cómo es San Sebastián? El pueblo más apropósito para que ocurra lo que está ocurriendo: un belén da pocas y vetustas casonas en medio de grandes y majestuosísimas montañas. Pobreza, sobriedad, tradición, inmensidad de la naturaleza. Si suben a lo alto de los Pinos y miran a la aldea, verán lo que es un paisaje apto para lo sobrenatural.-
Así, pues, llegamos a San Sebastián. Y al llegar aparecieron en mí, simultáneamente, de un lado una suave tranquilidad gozosa. De otro la suspensión del ánimo que iba en aumento a cada instante.-
En efecto, poco después de mi llegada, tuve ocasión de hablar con las videntes que me impresionaron por su absoluta falta de aparato, Nada de forzada humildad ni de manifestaciones almibaradas de virtud. Sencillamente, cuatro niñas juguetonas y hasta un punto traviesas.
Pero también tuve ocasión de hablar con sus padres. Y en casi todos ellos observé lo mismo. Vivían momentos de auténtica confusión, de enorme suspensión de ánimo. Estaban inquietos. Algunos habían perdido el sueño.-
Me lo contaron; -La mayor de las videntes había dicho tranquilamente a todos y había escrito a multitud de sacerdotes y amigos que el Arcángel San Miguel y la Virgen desde el mes de junio último le venían comunicando que el 18 de julio ocurriría un «milagruco». En él recibiría en público la comunión de manos del Arcángel. Y, al recibirla, el Arcángel no se vería; pero sí la Sagrada Forma.
Y ellos se preguntaban: ¿Ocurrirá el prodigio?. La inquietud era enorme, Porque si no ocurría quedarían todos como unos falsarios a la vista de los hombres y podría llegar a no transmitirse el mensaje dado por la Virgen.-
El señor cura párroco, don Valentín, me habló con la misma inquietud y en el mismo sentido.-
Y yo trataba de tranquilizar a todos diciéndoles: -Dios sabe sus caminos. Todo lo que El haga estará bien hecho.-
Pero al mismo tiempo pensaba; -¿Y no querrá Dios probar a estas niñas y estos hombres haciéndoles el camino aun más estrecho, largo y empinado?.-
Un dato intranquilizaba a muchos: el milagro era anunciado por una sola de las videntes. No por las cuatro.
Y aún aumentaba más la inquietud porque ocurría que las predicciones de aquella vidente, en pormenores leves, no siempre eran seguras. No era del todo infrecuente, por ejemplo, que tuviera llamada para alguna visión y que al fin la visión no llegara.-
Entretanto ya aquella noche, y en las siguientes, tuve ocasión de asistir a diversas visiones y prodigios. Concretamente, antes del día 18, a nueve visiones.-
Y para que se hagan cargo de cómo son estas visiones les copiaré las notas que tomé de la primera a que asistí, que fue de la vidente María Dolores.-
Aproximadamente a las tres menos cuarto de la noche entró en visión. Antes había estado jugando e incluso durmiendo echada sobre la mesa de la taberna de su padre algún rato. Antes de entrar en visión dijo: -No puedo más-. Creo que dos veces. Entonces se entró en la habitación interior. Después, ya dentro, repitió lo mismo. Y se sintió un fuerte rodillazo con las dos rodillas. Yo, que estaba dormido, me desperté y oí que me decían; -Ya empieza- Fuimos a la puerta de la habitación y encontramos a la niña en éxtasis, adelgazada, algo más pálida y embellecida, mirando hacia arriba para un lugar próximo que se movía. Gozosa y agitada, con la expresión de la boca ligeramente sonriente, tomó varias medallas y estiró los brazos hacia arriba para ofrecerlas. Luego un crucifijo. Y, llevada por la visión, nos lo dio a besar a todos los que allí estábamos uno a uno. Y a los quo se encontraban en la habitación interior una vez más a cada uno. Creo que luego estuvo buscando, entre varias cartas que tenía en una mesita, la de un seminarista que le pedía la Visión. No la encontraba y rechazaba las demás, Sobre todo un retrato, creo que de ella. Decía con voz muy tenue: -Tampoco. Tampoco-.
Quería quitarse una cadena de una medalla y no encontraba el resorte. Consultó muchas veces a la Visión. Movía los labio. Y, al fin, consiguió abrirla y cayeron al suelo el crucifico y la medalla. Creo que hubo un crucifico que no fue dado a besar a la Visión porque había sido besado ya. Al fin puso, gozosamente, la cara a besar primero por un lado y después por otro y ella dio uno o varios besos. Y después en la mirada se le veía que la Visión se iba alejando. Estaba bellísima. Hubo un giro en la mirada que correspondió a uno de la Visión que se alejaba. Se santiguaba con lentitud. La mirada se hacía cada vez más lejana hacia arriba. Tras ello volvió a la normalidad y, al encontrarse de pronto con nuestras miradas, se sonrió.-
Las otras visiones a que asistí fueron la mayor parte en la calle -iniciadas muchas en las casas- y más largas y complicadas.-
Breve y bellísima fue la comunión que dio el Arcángel a Conchita en la puerta de la parroquia, a la mañana siguiente, de la que vi el final de acción de gracias.-
Las otras visiones fueron todas inefables. Y en todas se vio a las videntes absolutamente guiadas por la Visión y entregadas en su poder,-
De ellas recordaré dos pasajes, Uno, la despedida, a la puerta de la iglesia, de una visión en que tomaron parte María Dolores y Jacinta. Fue indescriptible de ternura, de finura y de plasticidad escultórica, Al despedirse cada una de las videntes cogió a la otra en alto para que pudiera besar a la Visión. No sé si habré visto en mi vida algún grupo escultórico tan emotivo.-
El otro fue de una visión de Jacinta, Cuando caminaba se le cayó un zapato. El zapato quedó abandonado en la calle. Pero la Visión, al parecer, debió ordenar a Jacinta que se lo pusiera. Y la niña con la mirada puesta, como siempre, en la Visión, trataba, agachándose y con movimientos de brazo y manos, de encontrarlo. Como esto no sucedió rápidamente pensó de nuevo en prescindir del zapato. Pero de nuevo, al parecer, recibió orden de la Visión de buscarlo y ponérselo. Con ese motivo dio unos pasos hacia atrás. Los testigos veían el zapato solitario en el suelo. Y de pronto, en medio de la sorpresa general, llevada por la Visión, hizo un movimiento siempre mirando hacia arriba. Y preguntaba muy bajito: -¿Dónde? ¿Dónde está?-. Hasta que, tras varias preguntas, el pie encajó directamente en el zapato. Y agachándose y ayudándose con la mano -siempre con la mirada puesta en la Visión- quedó calzada. Tras esto, muy alegre, continuo mirando a la Visión.-
Y, al lado de estos graciosos momentos extraordinarios, el prodigio permanente del descubrimiento de las personas: el continuo de colocar las medallas y alianzas matrimoniales, ya besadas, mirando a la Visión y conducidas siempre por Ella, en los dedos y cuellos de las muchas veces desconocidos propietarios.-
Pero no todo eran éxitos en las actuaciones de las videntes. Dios indudablemente -pensé y, luego, confirmó- quería probarnos a todos y provocar una cada vez mayor suspensión de ánimo colectiva de extraordinaria y sobrenatural grandeza dramática.-
En efecto, la vidente Conchita -precisamente la que anunciaba el prodigio de la comunión visible- tenía anunciado de la Virgen que se le aparecería, entre otros días de la semana, durante todos los sábados. Así venía siempre sucediendo. Y Conchita, como todos los sábados, esperó aquel su visión correspondiente. Pero he aquí que espero una hora y otra y otra y otra. Y llegó la madrugada y Conchita tuvo necesidad de irse la cama, con las lágrimas en los ojos, sin recibir la visión. ¿Y sabéis lo que fue esto en el ánimo de los que estuvimos acompañándola una hora tras otra? En nuestra consideración surgía inmediatamente la terrible idea: Conchita ha fallado; luego puede igualmente fallar cuando llegue el momento del prodigio que con tanta tranquilidad anuncia.-
A la mañana siguiente ocurrió algo parecido; fue Conchita a los Pinos a esperar la comunión que le daría el Arcángel. Y el Arcángel no vino. Otras varias horas de intranquilidad, impaciencia y dudas. Y el mismo temor, cada vez más acentuado, en nuestra mente: ¿Que pasará el día del prodigio?.-
Para colmo corrió entro todos la noticia de una profecía: Al perecer se lo había revelado que llegaría un momento en que todos acabaríamos dudando. ¿Sería esta la finalidad providencial del prodigio anunciado, que terminaría por no cumplirse?-
Les aseguro que cada noche que pasaba era para mí y para muchos, de una intranquilidad mayor.-
Pero, sobre todo, el día de la imponente intranquilidad fue el 18. Y mayor en cada hora que pasaba.-
Era, adamas de la fiesta nacional del 18 de Julio, el día en que se celebró la gran fiesta local del pueblo dedicada al Patrón San Sebastián. No es que fuera el día de San Sebastián, sino aquel en que en el pueblo se celebra la gran fiesta del santo.-
Y con motivo de la fiesta nacional y de la del santo y, sobre todo, del anuncio de Conchita, el pueblo estaba abarrotado de peregrinos y forasteros- Y entro ellos, destacaban sacerdotes de diversas órdenes religiosas y de gran prestigio y autoridad, algunos de ellos llamados por la propia Conchita.-
¿Qué pasaría? Para aumentar más la suspensión se daban dos circunstancias que parecían oponerse al prodigio.-
Una: había sacerdotes. Y el Arcángel no había dado jamás la comunión el día que en el pueblo aparecía algún sacerdote. Esa, precisamente, parecía que era la causa de que hubiera fallado el día anterior el prodigio. Pero Conchita aseguraba que tenía revelación de que, aunque vinieran sacerdotes, el prodigio ocurriría. Y, por ello, los había llamado.-
Otra: con motivo de la gran festividad habría baile popular. Y se decía que ante el extremado bullicio de cantes y bailes no se daban las apariciones. ¿Qué pasaría?.-
Yo no sé si todos estarían tan nerviosos como yo. Creo que muchos me igualaban. No sé si alguno me superaba. Mis nervios, os aseguro, eran dolorosos o irresistibles. E iban aumentando conforme transcurría la jornada.-
Por la mañana, por lo pronto, no hubo nada. Se celebró la función religiosa solemne del Patrono, muy emotiva, y predicó con gran fervor un padre de los Sagrados Corazones. Y, en ella, nada de prodigio. Y, al terminar la función religiosa, nada tampoco. Claro que esto se dijo que había sido ya anunciado por Conchita que aseguraban que había dicho a alguien que el hecho sería por la tarde.
Durante las tres primeras horas de después de la comida en nada había que pensar: la niña no tenía el ayuno eucarístico necesario.-
Pero pasaron las cinco y las seis y nada sucedía.-
El Párroco se me aceró y me pregunto: -¿Cree Vd. en la sobrenaturalidad de todo esto?.
Con verdadera temeridad, dada mi ignorancia en estos asuntos, le expuse mi teoría: -Ocurra hoy lo que ocurra, todo es aquí sobrenatural. No sólo por los prodigios, inexplicables desde el punto de vista natural, que se suceden sino por su belleza. El Evangelio en su simplicidad y sus contrastes es más bello que ninguna obra literaria. ¿Y no ve la belleza de todo esto?. ¿No observa, en si minino, el inmenso drama que todos estamos viviendo?.
La tarde estaba nublada. Grandes nubes bajas cubrían las cumbres de las montañas próximas,-
Y de tiempo en tiempo, como fondo musical cinematográfico que reflejaba, y avivaba aún más, la inquietud que todos sufríamos, resonaban los cohetes de la fiesta del santo.-
Pero lo que más nos aturdía era el son del baile. Sobre todo cuando nos hallábamos en el camino del Cuadro -lugar de la primara visión de la Virgen y de los Pinos. Y que por una extraña congruencia -seguramente de origen sobrenatural para que se aumentara más nuestra suspensión- había sido colocado precisamente delante de la casa de Conchita, ¿Cómo podían -pensábamos- aquellos mozos estar bailando en un día en que tantos hombres habían venido a presenciar tan extraordinario prodigio?. ¿Quedaría la acción divina suspendida por el espíritu mundano del baile?.-
La propia vidente, Conchita, fue preguntada en esto sentido. Y ella contestó que no quería opinar sobre si debía o no celebrarse el baile. Pero que sí podía decir que, se celebrara o no, el prodigio se produciría.-
Y seguían transcurriendo las horas: las ocho, las nueve, las diez.-
Nos volvíamos a preguntar: ¿Será esto una manera de probarnos y humillarnos? ¿Será el camino, profetizado, de que todos lleguemos a dudar?-
En este momento sonó un fuerte cohete y apareció la luna llena y luminosísima detrás de una montaña. El cielo se había despejado. ¿Sería aquel el momento del prodigio? Después veríamos que el despojo del cielo era providencial. Sin él no hubiera podido presenciarse el prodigio. Pero el hecho, entonces, no so produjo. –
Yo apenas podía tenerme en pie. Angustiado, sin fuerzas, me recostaba en el campo. La suspensión del ánimo se me hacía irresistible.-
Las once. Alguien dijo: -Si dan las doce nada hay ya que esperar porque ha terminado el día 18. Otro: El día, por la hora solar, no terminada hasta la una. Otro: -Y si añadimos la distancia al meridiano de Greenwich, hasta la una y veintidós minutos.-
Y llegaron, terriblemente, las doce. Y la una. Y la una y veintidós. Y nada había sucedido.-
Muchos se iban yendo desilusionados. Y yo con ellos.
Alguien dijo: -Ya ha quedado probado plenamente que aquí no hay nada sobrenatural. EI Cielo no puede contradecirse.-
¿Se cumpliría en aquel momento la profecía de que todos dudaríamos?
Me fui a cenar. Y comenté; -Todo esto debe tener una explicación, María Dolores tiene llamadas. ¿Se dará en su visión? Lo que yo he visto es de una sobrenaturalidad indudable. ¿Cómo es posible que la Virgen dé un mensaje para luego contradecirlo con los hechos?
Y fue en este preciso momento cuando mi hijo, una señora del pueblo y yo, que andábamos en estos comentarios, oímos unos gritos.-
¿Qué sucede? !Conchita está en éxtasis!.-
Salimos a saltos a la calle. Una multitud clamaba y vociferaba, apiñada en torno a Conchita.-
Un dominico joven, con los bazos en alto me grito, -¡Se está produciendo el prodigio!
Salté para ver a Conchita que estaba arrodillada bajo la multitud. No podía verla. Me subí en las espaldas de un hombre. Cuando la vi ya había tragado la Sagrada Forma milagrosa. La luna llena, vivísima, lo iluminaba todo.-
Tras ello el enorme corro de los testigos. Algunos habían visto caer la Forma en la boca. Incluso dos dijeron que procedida de un resplandor verde. Tal vez una transparencia del brazo del ángel. Después todos -de cuarenta a sesenta hombres- habían visto con claridad la Sagrada Forma que estuvo minuto y medio visible. Muchos decían que en el primer momento era leve y que luego había ido engrosándose al contacto con la saliva. Muchos vieron cómo se abría en dos mitades al final del minuto y medio y dejaba ver la lengua, rojiza, en medio. Uno o varios, que tenía una cruz -como las de la misa- en el centro perfectamente colocada.
El prodigio se había realizado -como había anunciado Conchita, la vidente de la Blanca Señora- a la vista del pueblo.-

San Sebastián de Garabandal a 22 de julio de 1962

Miguel Martínez del Cerro